Duen Sacchi y Magdalena de Santo

-Todo se trata de la superficie. Eso es lo que asusta.

Esa mañana muy temprano entraba una luz azul por el ventilete de la cocina que se volvía anaranjada entre mi pullover de lana gruesa verde y mis manos sobre el termo caliente. Una sensación me recorría el cuerpo, tu piel entre las sábanas rosas desgastadas. Ese desgaste que hace que la textura se vuelva casi transparente. Sábanas con pelotitas.

-Tardé en salir. Llovía. Me apoyé contra la pared húmeda para leer tus mensajes. Las gotas quedaban sobre la pantalla. Ahora que lo pienso todo me parecían señales.

Esa parte de la ciudad estaba como en espera. Cada balcón, cada ventana. Gente que piensa en adentros y afueras. Miles de ojos parpadeantes, miraban.

-Subí al colectivo. Guardé el teléfono. Vos ibas a dormir un rato más. Te imaginé otra vez. Tu mano sobre la almohada. Cuando bajé en la Torre de los Ingleses llovía desconsoladamente. Todo resbalaba: pies, asfalto, brazos, bolsos, carteras, cortezas, criollitos, gritos. Nuestra columna se iba armando de a poco.

El paisaje era extraño. Las estaciones de servicio, en vez de autos en cola para cargar combustible, albergaban a centenares de personas que se refugiaban del agua. Una niña comía un pedazo de pan todo babeado, una señora mayor con el pelo recién teñido pasaba el mate, un grupo de hombres se miraban las remeras nuevas con inscripciones a colores.

-No podía dejar de ver cómo se volvía confuso qué era lo que mojaba los rostros. Reconocí tu sonrisa al otro lado de la calle.

Yo estaba ahí para abrigarte entre mis ojos dormidos y abrazarte del frío. Pero Buenos Aires se dividía entre esperar a la ex mandataria o vituperarla frente a la tv. Bajo el balcón de su departamento ella también agotada saludaba a las multitudes mojadas de lluvia y llanto.

-Te agarré del brazo fuerte, buscaba otro lugar entre tantos rostros familiares desamparados. Quería que tu campera nos pierda. Quería llegar con vos por primera vez a la pirámide de Plaza de Mayo, salir del confort de cada manifestación lésbica para reunirnos en esos icónicos ladrillos blancos rebalsantes de historia. Las dimensiones extraordinarias de la muchedumbre debían por fin hacernos saltar de algarabía y sentirnos libres de los ojos que se escandalizan por un nuevo amor entre sus frentes endogámicos.

Caminamos por las veredas cuadriculadas. Hacía poco nuestros cuerpos tenían la cómplice intimidad del deseo. El paso ligero, la zancada, y luego ya por desafuero andamos a puros brincos por la calle canturreando eso que no sólo yo y vos conocemos. Oigo tu voz grave alzarse por primera vez sobre el promedio general. Las centenares de banderas flamean con los colores celeste y blanco mientras el cielo insiste en hacer composé. Por fin, las flamantes pancartas lograron despejar la nube gris de tormenta eléctrica. Cristina está dispuesta a hablar. La presentadora, la voz de locutora nacional avisa que está llegando con sus tacos aguja en alto y sus pulseras doradas. Cristina siempre tiene las uñas muy largas, aunque ella siempre se jacte del maquillaje tupido que le envuelve la mascarada de mujer. La señora locutora advierta a las masas. El cielo espeso abre el lugar, la épica peronista agita más y más bombos.

Nosotras nos tenemos fuertes y murmurás al oído con la voz casi quebrada y el lugar común de las lágrimas, los ojos:

-En ese árbol me trepé con mi hermano la última vez que la vi. Nunca hice esto con una chica.

-¿Nunca?, te pregunté incrédula.

Negaste con la cabeza y me diste un beso tímido, de poco apoyo entre nuestros labios, y seguiste mirando el árbol. Un gran Magnolio.

-Subamos, te ordené.

Un Magnolio es un árbol extraño, existe antes de que existiera siquiera la idea de árbol y de su nombre. Tiene una comunidad secreta con los escarabajos. Y una aún más profunda con las voces antiguas. La torpeza de la subida me recordó la torpeza de nuestros primeras cogidas, una mezcla de danza guerrillera y poses de películas románticas butch-femme. Sentadas con los pies colgando en el vacío te toqué el torso del dedo meñique. Estábamos listas.

-Corrimos por toda 9 de Julio, yo sentía que la ciudad se volvía convexa como cuando mirás por el culo de una botella vieja. Me rozaste con el brazo, te apoyaste a mi costado, te inventaste una amante próxima e insistente, me dijiste que te habías hecho torta por Cristina. Te miré los ojos negros aparecer bajo la gorra.

Habíamos salido a pegar carteles en las paredes:​Populismo Cuir. Ahora y siempre. Vos organizabas a las compañeras del conu, yo me enchastraba con el engrudo. Ahora ahí entre las ramas me acordaba de todo. Vos subida en una baranda entre el vacío y la vereda, yo entre tus piernas, mis brazos en tu cintura, te besaba el cuello y las tetas. Alrededor las pibas gritaban contra la Iglesia y los curas, retrocedían los antimotines. Me agarrabas del pelo y me pasabas la lengua sobre los labios. Cayó la primera bomba de gas lacrimógeno. Una ironía de la política militar.

Entonces todo el Magnolio tembló. Cristina se despedía en el alto parlante, con voz afónica erizó la piel tuya y mía, mi brazo peludo se debilitó en la conmoción. Nos sujetábamos en un delicado pero preciso equilibrio sobre la rama sin florecer. Y todo el sonido de la plaza escuchó:

-Me voy pero dejo un pueblo empoderado.

Los bombos enloquecieron, las latas de cerveza cayeron al piso, las parrillas volaron por los aires, explotaron las vidrieras y los árboles, incluso el nuestro se abrió en dos. La tierra se sacudió. Nuestro árbol se desgajó como una margarita y quedamos dentro. No estábamos atrapadas, llegamos a su corazón. Y cuando sin soltarnos las manos logramos mirarnos a los ojos, con la tierra en la cara, la gorra perdida, y tus fuertes piernas soportando el peso de nuestros cuerpos y el gran magnolio exhaló y nos expulsó de un escupitajo al otro lado. Todo ocurrió en un tiempo impreciso, los llantos de bebés inundaban nuestros oídos, la voz afónica de Cristina seguía rebotando en cada cabecita negra, las bocinas y las ambulancias buscaban con ahínco otros cuerpos que no eran los nuestros. Las alarmas chillaban, las pibas ya no estaban entre nosotras. El Magnolio nos catapultó a esta tierra sin tierra. A este planeta llamado Imperial.

***

Imperial está habitado por sujetos curiosos que no tienen orejas y las cebollas crecen en lugares inesperados. Los cuerpos que se mueven a nuestro alrededor evitan el contacto visual, la membrana más superficial que tienen, los ojos, son su única mucosa abierta al exterior: pero es intocable.

-De repente entendí esa obsesión por la interioridad. El miedo a las superficies de pieles en contacto.

Los seres de Imperial son bastante parecidos entre sí. Uniformados se asemejan a los trolls de pelo blanco crispado hacia las nubes, como nubes. En el hueco de los oídos las orejas se reemplazan por labios finos. Se incrustan unas sonrisas desdentadas a ambos lados de sus rostros caucásicos. Su lenguaje resulta demasiado lineal y obvio para todas las significaciones conocidas, y no se emiten por la zona de la boca humana, sino por la que corresponde al ecuador de la cabeza de labios finos. Estos seres de pelo blanco no entienden la afirmación que gritamos por las avenidas anchas de un territorio sin anillos. Este despoblado territorio, no obstante, tiene el portal que versa “no hay voluntad, sólo deseo”. Al pasar por el portal con las esfinges de caballos una podría volver el tiempo a las verdades amarillas, dicen las bocas de sus oídos.

Era de noche cuando llegamos. Tardamos unas horas en ser identificadas. No había dudas, esta es una sociedad ritualista. Rápidamente como si nos conocieran de toda la vida nos pusieron en una especie de escalera mecánica sin escalones que se parecía a los discos de pasta. Instintivamente miramos hacia arriba en busca de la púa. No había. El frío nos pegaba los huesos de la espina dorsal a los músculos del abdomen. Primero conocimos una “Plagiadora de emociones”. No es una ironía, el título estaba pegado en la pared de su cocina. Le pareció extraño nuestra insistencia de dormir juntas. Pero nos pidió permiso para tomar muestras de piel en el momento del sueño. Nos contó que de esa manera podía replicar las sensaciones para volverla una imagen afectiva.

Luego, por el mismo sendero mecánico, nos enviaron a la Gran Biblioteca, un laboratorio donde encontramos seres similares a nosotras. Pero no sabían nada del Magnolia. Eran réplicas. O no y el paso por Imperial les había dejado aturdidos y apáticos. Nos trajeron a un traductor que decía que venía de París pero que era como nosotras del Gran Movimiento. Nos dimos cuenta que mentía. Nos pusieron frente a micrófonos a hablar. Les hacía gracia no escucharnos. Nos miraban con pudor, sorna y morbosidad. Ninguna de las dos se dio el lujo de sudar.

-Nos tocamos por debajo de la mesa, como en los viejos tiempos, para escondernos de sus membranas y para mantenernos vivas. A cambio, nos dieron una casita de cuentos que intuimos que estaba vigilada. Disfrutamos, de todos modos, de susurrarnos a los oídos frases cortas y amorosas y escribir en silencio. Éramos cobayas y más adelante sabríamos que siempre lo habíamos sido. Ahí también comenzamos a planear nuestro gran temblor. En ese mundo que éramos inaudibles encontraríamos la manera de sacudirlo hasta sus entrañas.

Hace unos días llegó una nueva criatura de pelo gris, y como las otras, de triple boca. El Librero no quiso robarnos la piel ni pedirla prestada por la noche. Tenía un plan secreto para devolvernos a nuestra dimensión y quitarnos por fin de esta calecita. Se acercó con unas hojas de papel de cigarro en la mano y nos hizo leer en un idioma perfectamente reconocible las palabras de una ZAMI: las letras se dibujaban en las transparencias escritas con limón. Como todos los de su especie El Librero quería comprender qué significaba. El texto repartido en varias hojillas, decía:

“Los científicos habían descifrado el código Lineal B que les permitió leer la escritura minoica antigua. La víspera de la visita a mi casa de los agentes del FBI, que no pasaron de la puerta, Eva Perón había muerto en Argentina. Pero de alguna manera​nosotras representábamos una amenaza para el mundo civilizado”.

Duen Sacchi y Magdalena de Santo
Populismo Cuir, 2017
Pancarta
Ficción Social

Duen Sacchi-Magdalena de Santo es una pareja de artistas visuales, performers, escritoras, investigadoras, ex-filósofas y docentes, que viven en España.
Actualmente el dúo trabaja en proyectos que cruzan la imaginación utópica y el anticolonialismo. 
Entre sus reconocimientos se hallan: Beca Iberescena (2017), L'Estruch (2017), Hangar (2017), El Porvenir de La revuelta - Matadero (2017), Degeneradas - Histeria Kolektiboa (2017) y Macba (2016).
En su texto-pancarta Populismo cuir se vislumbra una tradición literaria que vincula la emancipación con la politización y las expresiones sexo afectivas. Narrativamente, las artistas aquí asumen el paradigma de la colectivización mediante imágenes que tienen a la manifestación como estética y como estela de la resistencia.
www.sacchidesanto.myportfolio.com
Nancy Rojas
octubre de 2017

Otras piezas-manifiesto de Sacchi-De Santo exhibidas en la exposición:

Megafauna, 2017
Video (11:34 min)
Ficción social
Cámara y texto: Sacchi - De Santo
Voz y mezcla de sonido: Romina Azzigotti